El último verano en Roma: ¿vale la pena?

El último verano en Roma, de Gianfranco Calligarich, es un descubrimiento literario fascinante. Publicada por primera vez en los años 70, la novela ha ganado notoriedad por su retrato profundo y melancólico de una Roma en decadencia y por la manera en que explora los sentimientos de desarraigo y búsqueda de sentido de sus personajes. A través de los ojos de Leo Gazzara, un periodista que lucha por encontrar su lugar en el mundo, Calligarich nos sumerge en un verano que mezcla el amor, el desamor, el alcohol y la angustia existencial. Es una obra que, aunque breve, deja una huella emocional duradera.

Portada en español del libro "El último verano en Roma" de Gianfranco Calligarich, Tusquets Editores.

Un retrato atemporal de Roma

Leer El último verano en Roma es sentir el calor sofocante de la ciudad en agosto, caminar por sus calles empedradas, oler el café recién hecho en un pequeño café de esquina y compartir el momento efímero de la felicidad y la tristeza que acecha en cada esquina. Lo que hace que esta novela sea tan atemporal es su capacidad de capturar la esencia de Roma como un lugar tanto físico como emocional.

La ciudad se convierte en un personaje más, envolviendo a Leo en una atmósfera de nostalgia. Roma, con su historia, sus calles, y sus fuentes, provoca en los personajes, y en los lectores, una sensación de añoranza por algo que quizá nunca tuvieron. Uno de los momentos más memorables de la novela es cuando Leo y Arianna, el gran amor de su vida, se conocen y terminan en un café comiendo pan recién horneado. La descripción tan vívida que hace Calligarich del pan y el café es casi palpable: se puede oler y saborear, como si uno mismo estuviera allí, compartiendo ese instante fugaz.

Este tipo de escenas recuerda el poder evocador de las fotografías en blanco y negro de Henri Cartier-Bresson o Robert Doisneau, en las que lo cotidiano se convierte en una imagen cargada de emoción. El último verano en Roma nos transporta a un espacio donde lo trivial —una conversación en un café o una caminata por una plaza— adquiere un peso casi filosófico, un momento suspendido en el tiempo.

Leo y Arianna: el amor y la superficialidad

La relación entre Leo y Arianna es otro punto central de la novela. Es un romance que refleja no solo la pasión, sino también la superficialidad que caracteriza a ambos personajes. El amor entre ellos nunca termina de explicarse; hay algo casi indefinible que los une y, al mismo tiempo, los mantiene a distancia. ¿Por qué se aman? ¿Por qué permanecen juntos? Y más aún, ¿por qué, al final, sentimos tristeza cuando todo se acaba? Las respuestas no están en la trama, sino en la capacidad de Calligarich para hacernos empatizar con los vacíos emocionales que ambos personajes intentan llenar.

La falta de profundidad en su relación podría ser criticada por algunos, pero es precisamente esta desconexión emocional la que refuerza el tono melancólico de la novela. Leo, atrapado en su propio laberinto existencial, y Arianna, una figura escurridiza e inalcanzable, parecen vivir un amor condenado desde el principio. En este sentido, la novela comparte temas similares con películas como «La Dolce Vita» de Federico Fellini, donde los personajes buscan satisfacción en un mundo de superficialidades, solo para darse cuenta de que el vacío persiste.

Nostalgia y existencialismo

El último verano en Roma es también una reflexión sobre la juventud, la búsqueda de propósito y el inevitable paso del tiempo. Leo, como muchos de nosotros, se encuentra en ese punto de la vida donde las grandes preguntas no tienen respuestas fáciles. El verano en Roma se convierte en una metáfora de la juventud que se escapa, del tiempo que se va sin que podamos detenerlo. Esta idea recuerda a las imágenes que Graciela Iturbide captura en su fotografía: momentos de transición, de cambio, de algo que está a punto de desaparecer.

Calligarich, con una prosa sobria pero llena de belleza, consigue que la experiencia de leer este libro sea tan nostálgica como recorrer Roma a pie. En cada página, uno siente la urgencia de estar en la ciudad, de caminar por sus calles, de tomar fotografías mentales de cada rincón, como si esas imágenes pudieran retener lo que ya sabemos que es efímero.

Una lectura que invita a la reflexión

Si bien El último verano en Roma puede leerse como una novela sobre el amor y la desesperanza, su verdadera fuerza radica en la reflexión que provoca en el lector. ¿Qué significa vivir en una ciudad que te da tanto pero que también te agota emocionalmente? ¿Qué significa amar a alguien que nunca estará completamente a tu alcance? Estas son preguntas que persisten mucho después de haber terminado el libro.

Tal vez sea esta capacidad para resonar emocionalmente lo que hace que la novela, a pesar de haber sido escrita en los años 70, siga siendo tan actual. Al igual que una fotografía que captura un momento único e irrepetible, El último verano en Roma nos deja con una sensación de vacío, de algo que se escapa entre los dedos.

En conclusión, El último verano en Roma es una novela que trasciende el tiempo y el espacio, una obra que se siente tan relevante hoy como lo fue en su momento de publicación. Gianfranco Calligarich ha creado un retrato nostálgico de una ciudad y de una vida que, aunque pasajera, deja una marca imborrable en quienes la experimentan. Para quienes disfrutan de novelas introspectivas, cargadas de imágenes evocadoras y de una profunda reflexión sobre la vida y el amor, esta obra es una lectura imprescindible. Como las mejores fotografías, El último verano en Roma captura no solo un momento, sino una emoción que perdura. En ese sentido, recuerda la forma en que la película ‘Perfect Days’ de Wim Wenders logra convertir lo ordinario en extraordinario, donde el día a día y las pequeñas rutinas adquieren una resonancia poética similar a la vivida por Leo en su último verano.